No sé cuántos seamos, pero no somos pocos. Quizás somos cerca de 200 mil personas, quizás no lleguemos hasta los 400 mil. Eso representa entre el 10y el 20% del total de electores. Lo cierto es que hay un grupo importante de ciudadanos que no ha decidido todavía a quién de los cuatro candidatos apoyará con su voto el 2 de mayo. Los demás probablemente se definieron antes de que empezara el actual torneo y es muy difícil que su opinión cambie. Pero hay una porción del electorado que está a la expectativa de que se le haga una buena oferta electoral. Una buena parte de la campaña va dirigida a captar este voto, de allí que uno de los objetivo que se plantean los campaign managers es atraer el respaldo de los que no tienen compromisos con ninguna de las otras ofertas.
Dado el actual esquema de partidos, un buen candidato a la Presidencia de la República debiera saber que la prédica a los conversos tiene que ser limitada al mínimo. La mayor parte del tiempo tiene que invertirla en ganar los votos que todavía no tiene, pero pudiera tener. Así que nosotros, esa masa de gente que no ha decidido aún su voto y que todo indica que tiene la fuerza para cambiar el resultado de las elecciones (si en el momento de asistir a las urnas se convierte en una ola, en una avalancha de votos en la misma dirección), somos los principales objetivos a los que están dirigidas algunas de las actividades electorales. Definitivamente, las concentraciones no son para nosotros; pero los llamados debates, en principio, sí están concebidos para influir sobre aquellos en los que la fuerza de un argumento razonable, sustentado con credibilidad e inteligencia emocional (no sólo lo que se dice sino cómo se dice) causa un impacto que bien puede ser decisivo.
Al terminar el "Debate del Pueblo" la semana pasada, los acólitos de cada uno de los cuatro candidatos proclamaron victoria. Estos cuatro grupos de personas, más allá de las considerables diferencias cuantitativas que los separan, vieron por televisión el mismo espectáculo, pero cada uno vio lo que quería ver. Por mi parte, yo vi lo que pude, que no fue mucho. Para empezar, al debate le faltó que los candidatos debatieran alguna cosa. Como se estudiaron todas las preguntas por anticipado, lo que hicieron fue recitar de memoria respuestas previamente elaboradas. En ocasiones, perdían la hilación de las ideas y recurrían a ayudas mnemotécnicas que llevaban consigo y que, en mi humilde opinión, los hacía ver como niños de escuela. A veces, cuando trataban de añadir algo que no estaba en el libreto, perdían el control del tiempo y no lograban terminar la idea.
Como resultado de estas prácticas de calidad muy mediana, cuando les tocaba replicar, se limitaban a manifestar una posición (que es la respuesta que habrían dado si les hubiesen formulado la pregunta) y perdían la oportunidad de comentar o criticar lo que acaba de decir el contendor interrogado. Pullas y pullitas, hubo aquí y allá, pero golpes ninguno. En el argot boxístico le llamarían un "round de estudio". Si hubiese sido un partido de fútbol, habría terminado cero a cero, sin siquiera una tarjeta amarilla. Afortunadamente, no era un partido de béisbol tampoco, porque todavía estaríamos jugando "extra innings".
Los gestos acartonados estuvieron a la orden del día, producto probable de un exceso de entrenamiento. Faltó naturalidad; pero, sobre todo, persuasión, elocuencia, brillo, la genialidad del momento. Como señaló uno de los comentaristas en la estación de televisión al terminar el debate: ninguno dijo nada que no haya dicho ya. El guión de esta película es breve y repetitivo. Sin embargo, esto no es lo peor de todo.
¿Cuáles son las verdaderas diferencias entre los candidatos, de modo que al momento de ser reveladas al electorado, en vivo y a todo color, sean capaces de provocar un viraje en la preferencia del voto? La respuesta es que no son muchas. La mayor distancia es la que hay entre Martín Torrijos y Ricardo Martinelli, mas lo que los separa no tiene nada que ver con la ideología, sino con las encuestas. Como Martinelli está en la última posición, sus intervenciones ofrecen más al elector. En realidad, casi lo ofrece todo. Si juzgamos sólo por la palabra dicha, es el más contestatario. Si bastara con argumentos verbales para modificar la opinión de las masas, entonces el empresario debiera ser el favorito para alzarse con la victoria en los escrutinios de mayo. Pero ni se puede evaluar a un candidato únicamente por lo que dice, ni los llamados debates son por sí solos suficiente para alterar sustancialmente las preferencias de los votantes.
Martín, por su parte, es el más cauteloso de los cuatro. Cada vez que responde siente el riesgo de comprometerse a algo con lo que quizás no pueda cumplir después, y, por supuesto, esas instancias hay que eliminarlas en el mayor grado posible. Como va primero en las encuestas, y con cierta comodidad, es el que menos ofrece al elector que mira el debate para decidir su voto. No tiene que intentar ganarse a nadie con las palabras que pueda pronunciar en un lapso extremadamente corto. Basta con que no cometa errores. No creo que la mención que hizo de la Comarca de San Blas arruine la popularidad que tiene entre los kunas, si la tiene. Pero, definitivamente, no debe volver a repetir el desliz y mucho menos hablar de "la comarca", cuando en el país hay cinco, y todas con problemas.
El intercambio más difícil es el que se dio entre Endara y Alemán. No porque ambos sean arnulfistas, sino porque Alemán formó parte del Gabinete de Endara y no pueden atacarse mutuamente sin comenzar a autodestruirse. Como comparten, y se disputan, la misma franja del espectro electoral, ambos necesitan que el otro se arruine pronto para ver crecer sus aspiraciones frente al puntero en los sondeos. Pero si, como parece probable, ninguno de los dos desfallecerá ni logrará sacar al otro de la contienda, entonces todo este "tira-y-hala" con la foto de Arnulfo Arias no es más que una disputa por el segundo lugar. En el más interesante de los casos, podría ser una lucha por obtener el control del partido al cabo de las elecciones. Este es un objetivo muy digno, si uno es arnulfista. Para los que no lo somos, el asunto no nos involucra.
En conclusión, el debate del pueblo no ha comenzado todavía; el pueblo del debate no tiene aún elementos suficientes para definir su voto.
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El Panamá América, Martes 10 de febrero de 2004