¿Por quién doblan las campañas?

Siempre he pensado que sería una buena idea dar un curso dirigido a los ciudadanos sobre cómo estudiar las distintas ofertas políticas en un torneo electoral.

En principio, este curso no iría dirigido a los que ya tienen decidido su voto del 2 de mayo; pero, los que se encuentran activamente ayudando a la campaña del candidato de su predilección, también podrían encontrar muy útil un curso sobre cómo evaluar a estos aspirantes. Su aporte sería más eficaz y su candidato vería mejores resultados.

Primero que todo, tenemos que suponer que las elecciones no están definidas de antemano. Que todos los participantes reconocen que por más ventaja que tenga el más favorito, una mala campaña puede arruinar sus oportunidades. Para comprobar que estamos ante una situación en la que las campañas electorales son importantes, debemos verificar que existe, por lo menos, una alternativa al candidato favorito que podría hacerse con el triunfo si se conduce una campaña política con acierto.

El que piensa que ya todo está decidido, que independientemente de lo que se diga, hable o publique, durante los próximos cuatro meses, no cambiarán las preferencias de voto que conocemos al día de hoy, podría estar en lo cierto; pero tendríamos que esperar al 2 de mayo para saberlo, día en que la cuestión se torna ya irrelevante. Por el contrario, descubrir durante las horas siguientes a la terminación de los escrutinios que uno estuvo equivocado durante cuatro meses y que fue esa equivocación la que llevó a su candidato a la ruina, podría siempre ser el destino del triunfalismo y el derrotismo inoportunos.

Así que, por razones muy diversas, la vida en democracia le recomienda a los ciudadanos que presten atención a las campañas -no que se crean todo lo que les dicen. Esto naturalmente no significa que el resultado del torneo se debe en su totalidad a la forma inteligente, o desalumbrada, en que se comportaron los distintos candidatos, pues siempre hay factores externos que pueden alterar lo que de otra manera parece un final obligado.

Descartados los extremos ("las campañas electorales no aportan nada", "una buena campaña todo lo puede"), nos queda la sensación de que los próximos meses pueden ser interesantes, por lo menos para quienes gustan observar y participar del mundo político, ya que habrá una gran cantidad de actividades dirigidas a motivar a la ciudadanía para que ejerza su voto en beneficio de determinadas personas y colectivos políticos.

El deber de un candidato de hacer una buena campaña es ante todo un acto de respeto hacia sus conciudadanos. Es un acto de reconocimiento de que quienes votan deciden, y que, pese a las desigualdades rampantes que golpean la dignidad de las personas y menoscaban la integración de la sociedad, nadie tiene derecho a ejercer el poder del Estado, si no es mediante un mandato político expresado en las urnas, donde cada voto cuenta.

Pongamos, pues, a los candidatos bajo la lupa escrutadora del ámbito público, porque así la ciudadanía también participa de la contienda. Es de vital importancia para la salud de nuestra sociedad que superemos el "síndrome de la murga", cuando se trata de elecciones. El papel de la sociedad no es primordialmente ponerse detrás de este o aquel candidato en señal de apoyo incondicional.

A los ciudadanos les compete exigir a quienes aspiran obtener su voto un estándar alto de compromiso, probidad, y responsabilidad personales, porque ninguna de las tareas que le corresponde emprender a las personas electas a un cargo público, puede correr el riesgo de caer en manos indolentes, ímprobas, o irresponsables. ¿Cómo podemos lograr esto? Pues, bien, tenemos que apoyarnos en los amigos naturales de la democracia. Las organizaciones cívicas, obreras, gremiales, las de universitarios, y las profesionales, deben buscar cómo conectarse con los medios de comunicación (radio, prensa, televisión e Internet) para manifestar no sus preferencias por determinado candidato, sino para establecer una agenda de prioridades que deben ser atendidas por los candidatos.

En la medida en que los candidatos se reconocen a sí mismos responsables, la ciudadanía demanda respuestas. En aras de esa imparcialidad que exige el oficio, los medios de comunicación debieran abstenerse de identificar un candidato favorito. Votos de aplauso, sí; votos de censura, también. Pero así como se organiza la publicidad política, y la cobertura periodística de las campañas, hay que ayudar a la sociedad a que se organice para darle voz a sus prioridades. Si los candidatos miran para otra parte, porque no tienen nada que aportar a la solución de los problemas sociales, entonces los miembros de la sociedad deben señalarlo públicamente también.

La idea de todo este ejercicio es que cuando asuma el cargo el que sea que haya ganado el torneo limpiamente, sienta que tiene una carga sobre sus espaldas, y no que se inicia su personal época dorada, en la que se verá acompañado siempre de la pompa y el boato del Estado. Ser elegido a la Presidencia de la República, a la Asamblea, a la Alcaldía, o como Representante de corregimiento, o Concejal, equivale a hacerse depositario de la esperanza pública, de la fe de la nación en sí misma, de la ilusión colectiva de que podemos lograr un mundo mejor.

Es de crucial importancia que todos cooperemos en colocar al ciudadano en el centro del torneo electoral que se aproxima. No se trata de escoger al mejor por sí solo. Se trata de elegir a la persona que el país necesita, pero para eso el país tiene que generar ideas que identifiquen qué es lo que se necesita.

El esfuerzo por darle contenido al debate electoral mediante la participación ciudadana es a fin de cuentas una manera honesta y eficaz de ayudar a los candidatos a definirse y a definir su camino. Sin estos contenidos, la campaña electoral será poco más, o menos, que un "vedettismo" lamentable y sin sentido. Si seguimos pensando que los próximos comicios son en beneficio de los partidos y los políticos, la desmotivación y la indiferencia ciudadanas podrían retornarnos un resultado preocupante para todos.
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El Panamá América, Martes 6 de enero de 2004