Las llamadas "encuestas políticas" llegaron a Panamá en la época de la dictadura, pero se han desarrollado durante la era democrática.
Todavía recuerdo que algunos medios oficialistas (que en abril de 1989 eran, prácticamente, todos) decían que Carlos Duque aventajaba por un pequeño margen a Guillermo Endara en la disputa por el cetro presidencial. Aunque cueste creerlo, y algunos lo hayan olvidado, había gente que creía que con la manipulación de las informaciones, más el fraude en todas las etapas del proceso electoral (el uso de los recursos del Estado al servicio de la campaña del candidato oficialista, la intimidación de los adversarios, la compra de votos, la manipulación del padrón electoral, la alteración de las actas de mesa, etc.) se podía "ganar" la elección de ese año, como lo habían hecho, con todo éxito, en 1984.
En aquella fecha pudo más la indignación que la complicidad y el miedo, y el electorado salió a votar masivamente contra el candidato de los militares, en una proporción de 2 ó 3 a 1, según estimaciones posteriores. Como no pudieron torcer los resultados, pese a todas las trampas, los uniformados no tuvieron más remedio que anular las elecciones, y fue probablemente este hecho el que marcó el punto de no retorno en la evolución de un régimen que había mostrado distintas facetas en sus cuatro lustros de dominación antidemocrática.
A nadie que fuese sensato podía importarle mucho entonces qué decían las encuestas. La realidad de aquel momento tenía la virtud de que se podía palpar con sólo salir a la calle. La convicción del voto opositor era inquebrantable porque había un acuerdo amplio sobre quién era el adversario y por qué había que vencerlo.
En la era democrática, el entorno de la política cambió. Ya no hay un solo adversario, y el compromiso y la participación en las lides políticas conoce motivaciones complejas y variopintas. No sólo no hay militares alrededor, sino que el empeño en ejercer la libertad de expresión y la intransigente lucha por su defensa, le ha añadido un valor inusitado a la información, lo que no ha sido cabalmente comprendido, incluso por algunos demócratas. De allí que la democracia también tenga sus escisiones, y una de ellas es la que se ha formado alrededor de la libertad de expresión y el manejo público de la información. Los mismos que habían formado un frente común contra la dictadura en la democracia han cruzado espadas entre sí.
Es incuestionable que las encuestas políticas, o sondeos de opinión, han jugado un papel importante en la forma de hacer política, en un sentido permanente. Sus resultados producen impacto en la gestión de los gobernantes, pues, como reza la manida frase, son un buen termómetro de la opinión pública, y para todo gobernante moderno es de vital importancia conocer los índices de aceptación de su labor.
El valor de estos estudios se acrecienta durante los torneos electorales porque los guarismos que nos trasladan los medios que las hacen públicas afectan no sólo a los contendientes, sino también al mercado de votantes. Y es que lo interesante de las encuestas no es que una persona particular o empresa contrate a una firma especializada para que haga el estudio, sino que además lo haga para difundir sus resultados libremente por todo el país con total independencia de a quién favorezcan dichos resultados.
Es por esta razón que las encuestas electorales viven en una zona intermedia entre los estudios cuantitativos de las ciencias sociales y las técnicas de mercadeo y construcción de imagen que utilizan las empresas.
En el contexto de una aparente democratización de la información político-electoral, efectuada mediante el método de circular datos provenientes de los sondeos de opinión por los medios masivos de comunicación, cabe señalar que poco se ha hecho para educar a la ciudadanía en el uso de este tipo de información. De allí que con frecuencia asoma la opinión de los que creen que los dígitos que nos muestran estas investigaciones constituyen una realidad que está más allá de todo cuestionamiento. Esta forma de entender el valor de dichos instrumentos trae la desventaja de que no es capaz de separar el grano de la paja, y en ocasiones puede dar como buenas informaciones que pueden inducir al error porque, o han sido generadas sin una técnica científica o se han producido en circunstancias excepcionales.
Las encuestas, como todos los productos humanos, tienen que ser interpretadas y analizadas para poder ser entendidas. Por eso, los que las rechazan de plano, casi siempre porque les son desfavorables, aprenderían a beneficiarse de ellas si las estudiasen con el objeto de criticarlas, ya que de esta forma crearían una nueva oportunidad de influir sobre el electorado, que es lo que, a fin de cuentas, les interesa. La negación autista de la existencia de estos instrumentos no conduce a ningún destino a salvo.
¿Qué hay que mirar en las encuestas para desentrañar su valor? Son básicamente tres cosas las que debemos colocar bajo la lupa: la muestra, la técnica de captación de datos y la oportunidad o momento en que se hizo la medición.
La muestra se refiere al conjunto de individuos encuestados y, para que el estudio tenga validez, debe ser representativa; es decir, debe tener las mismas características del universo estudiado. Sexo, origen, ingreso y edad son las variables que permiten construir una muestra correcta. Así, los resultados se predican, no de los entrevistados, sino del universo representado, que en este caso son los electores o ciudadanos.
El problema está en que nadie, absolutamente nadie, puede saber qué ocurrirá el día de las elecciones: si saldrán a votar la misma cantidad de mujeres que hombres; o cuál tramo de edad de la población tendrá una mayor presencia en las urnas, y, si hay apatía, a cuál afectará más. No podemos saber si los desempleados ese día se quedarán en sus casas o acudirán masivamente, incluso en un porcentaje mayor al de la población ocupada. En Inglaterra se dice que si el día de las elecciones llueve, ganan los laboristas; pero si por el contrario hace un bonito día soleado, entonces triunfan los conservadores, en atención al hecho observable de que la población anciana es muy sensitiva al clima y proclive al partido tory.
Ninguna encuesta que se haga por Internet o por teléfono es seria. Todo ese tipo de informaciones se presta a la manipulación. Las entrevistas cara a cara requieren de un encuestador entrenado y una disciplina rigurosa. La forma en que están hechas las preguntas y el orden en que se hacen pueden distorsionar los resultados si no se siguen las reglas tendientes a asegurar la objetividad de la pesquisa. No está de más recordar aquí el número de veces que los medios anunciaron que la mayoría de los panameños querían "que los gringos no se fuesen" en los años que antecedieron a la transferencia del Canal.
Finalmente, nunca se debe perder de vista que las encuestas son sólo una medición, no una profecía. Al día de hoy, las encuestas nos dicen esto y aquello; pero todos sabemos que, cambiadas las circunstancias, las opiniones y preferencias también pueden cambiar. Si los escrutinios del 2 de mayo van a parecerse a las encuestas de hoy, no es porque estas encuestas hayan sido más verdaderas que otras, sino porque nada ni nadie pudo cambiar la temperatura del cuerpo social, tal como la conocemos en la actualidad.
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Martes 20 de enero de 2004
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